La cultura oficial le negó un año más el Premio Nacional de Cultura a José León Sánchez, pese a sus grandes aportes a la literatura nacional, y para compartir con el escritor un equipo de universidad lo visitó en la Quinta de don Cosme, en San Rafael de Heredia
José Eduardo Mora *
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Hijo de una prostituta. Prófugo de orfanatos. Prófugo de cárceles. Sobreviviente de sí mismo: José León Sánchez es un extraño milagro que emergió de la nada para convertirse en el autor costarricense más leído en el mundo.
La Isla de los Hombres Solos registra más de 143 ediciones, según el autor, y Tenochtitlan es considerada una de las mejores novelas “mexicanas”, al tiempo que pocos recuerdan que el escritor ingresó a prisión cuando casi era un adolescente y no sabía leer ni escribir.
A pesar de que han pasado más de 60 años de que lo declararan “El monstruo de la Basílica” y de que quienes lo juzgaron en su tiempo la mayoría ya están muertos, José León, a sus 86 años, percibe, y lo dice sin temores, que todavía lo consideran un delincuente, y por eso la cultura oficial lo mantiene al margen.
Ha hecho méritos suficientes para que le otorguen el Premio Nacional de Cultura Magón y año tras año se lo niegan. Aunque ha recibido importantes reconocimientos en el exterior– el primero es el ser el escritor nacional más conocido y traducido, en especial por los dos libros ya citados, y un doctorado honoris causa de la Universidad Autónoma de México–, José León es una fantasma para la cultura estatal, que olvida al poeta que subyace en cada uno de sus textos.
Algunos lo arrinconan al decir que ciertos libros suyos muestran un descuido formal en su escritura. Y es el propio José León el primero en aceptar parte de esas críticas, pero el don poético, ese extraño don de la escritura que se manifiesta en la naturaleza de ciertos hombres, lo acompaña desde siempre, y es el que marca la diferencia con sus colegas nacionales y de otros ámbitos.
En 1988, la Sala Constitucional lo eximió de responsabilidad en el crimen de La Basílica de Los Ángeles, por el que purgó más de 30 años en prisión, pero el dedo acusador lo sigue juzgando desde la penumbra, y , cada vez que surge una ocasión, aparece de nuevo señalándolo como el prófugo, el monstruo, que mereció pudrirse en prisión.
Para quebrar esa visión bastaría con sus libros, pero aquel que lo conoce y lo trata, descubre bajo esa piel curtida, de indígena rebelde y luchador, a un ser humano con el corazón abierto, amante de la cultura precolombina, y poseedor de ese singular don de saber contar en clave poética, la cual se aleja de esos lenguajes artificiales y “afectados”, en los que prevale el egocentrismo mal calculado del escritor, el cual a su vez termina por anular cualquier intento de autenticidad.
AFUERA LA LLOVIZNA
Es el viernes 18 de enero. El clima en San Rafael de Heredia es frío a ráfagas. A ratos sale el sol. Es media tarde. Y en la quinta de don Cosme la conversación con José León va y viene entre distintos asuntos culturales y literarios. A veces se cuela un tema político, pero pasa de lejos.
La visita al escritor la motivaron su estado de salud, sobre el que había mucha bruma o misterio, por efecto de las desinformaciones que circulaban en diferentes ámbitos.
La otra razón es la reciente aparición de “Al florecer las rosas madrugaron”, su más reciente novela, en la que traza un recorrido por la vida de Chavela Vargas, la cantante tica que renegaba de Costa Rica, lo que ya la convertía en un personaje polémico para el país.
Esta tarde, lleva, como es su estilo, una guayabera, esta vez de un celeste tenue, de manga larga y calza sandalias, como suele suceder cuando se está en la comodidad de la casa.
Recibe al equipo periodístico de UNIVERSIDAD con regocijo. Se le nota en sus palabras y en sus gestos.
Su estado de salud no es como lo planteaban los blogueros de ocasión, es decir, no está a punto de morirse como lo anunciaron varios en la red.
Lo primero que se consta al estar frente a frente es que el espíritu del poeta está intacto. Él reconoce que hace unas semanas viajó a México para que le pusieran dos stein, debido a sus problemas cardíacos. José León asegura que ha sobrevivido a tres infartos en su extensa vida. A lo que habría que agregar una estancia de 30 años en la cárcel en condiciones inhumanas, lo que revela su especial capacidad para sobreponerse a situaciones extremas.
Al dar la bienvenida, sonríe con timidez, y más adelante, sin darse cuenta, hará gala de sus habilidades físicas para moverse en espacios reducidos. Esa naturaleza noble y rebelde se le manifiesta simplemente.
La tarde se abre con el tema de Chavela (véase nota aparte), a quien rindió grande admiración, pero con la que no tuvo contemplaciones a la hora de armar su novela. Sí, porque lo suyo es contar una “gran mentira”. Una mentira verosímil, como corresponde al arte de narrar en la novela. La biografía. La historia. Son otros campos y él ahí no quiere meterse en este caso. Ya lo hará en su próximo proyecto: la guerra sucia. En la que pretende contar una historia sobre Juan Rafael Mora muy distinta a la que hasta el momento se conoce. Ese libro es, por ahora, solo un proyecto, y por el gesto que hace ni él sabe si llegará a buen puerto.
Ahora responde a preguntas sobre esa Chavela Vargas, con cuya biografía, ahora sí, tiene algunas similitudes, por el mero hecho de que fue México el país que a ambos les abrió la puerta para triunfar.
Su amor por México tantas veces citado en la conversación, se da porque allá le publicaron Tenochtitlan. Y por que en la gran nación azteca se hizo la película de la Isla de los Hombres Solos+. Y porque en esa tierra descubrió a Juan Rulfo, cuyo estructura literaria y manejo del idioma le mostraron, como a tantos otros, el camino a seguir en el arduo y desmesurado sendero del arte de narrar.
“A México le debo todo”. Esa es una frase que ha repetido tanto que en su mundo y en su idioma, que ya es un himno. Ello no significa, no obstante, que José León reniegue de Costa Rica. Esa alma que empezó a gestarse en Río Cuarto de Cucaracho de Grecia, donde el niño, como dice su historia, fue abandonado, al ser su madre una prostituta, destila y respira admiración y regocijo por el país que lo vio nacer.
Aquí estuvo a punto de podrirse en la cárcel y ese padecimiento le permitió escribir ese documento que se hizo universal: La Isla de los Hombre Solos. No es una novela, advierte una vez más, “es un documento humano”.
Las miserias de una prisión desmedida como la de San Lucas, con cuyo texto él contribuyó a cerrar, son narradas desde la vivencia, y el haber sido testigo durante extensos años de cómo el hombre trataba a sus semejantes tal si fueran animales.
Visitar al poeta, le gusta que le digan así, porque en el fondo eso es lo que es: un poeta, es toda una experiencia. Y fue este poeta el que también, en un encuentro anterior, nos había soltado esta frase, que a muchos en aquella ocasión, como hoy, no les gustará: “no hemos aportado un solo verso a la literatura universal”.
Y con esta afirmación trasluce otro elemento de su personalidad: su gusto silencioso por la polémica, porque no teme decir lo que piensa, acerca, incluso, de figuras connotadas.
EL ETERNO MAGÓN
Cuando se le pregunta por el Premio Nacional de Cultura Magón, José León sonríe con esa malicia indígena que le caracteriza. Tiene enfrente una taza de café y un tamal. Si usted visita la Quinta de don Cosme ese es un ritual que no se puede perder. El café y el tamal, y hay ocasiones en el que es el propio escritor el que oficia de anfitrión, para demostrar con ese gesto su gratitud por la visita, y el que el ser humano se impone al hombre de éxito en que lo convirtieron sus dos “long sellers” como son Tenochitlan y La Isla de los Hombres Solos.
A la pregunta sobre el Magón responde con contundencia: “No, no me lo van a dar nunca, porque todavía me consideran un delincuente”. Ese delincuente asombró a los mexicanos con Tenochtitlan, la última batalla de los aztecas. En esa nación todavía se preguntan cómo un costarricense fue capaz de escribir esa novela y no ellos.
Su amor por lo precolombino explica en parte esa gran aventura, elogiada por escritores de la talla de Carlos Fuentes.
“No, no me lo van a dar nunca, repite. Aunque claro, se lo dieron a un bailarín por brincar y a Guido Sáenz por sembrar árboles”.
Y agrega, ya embalado ese arsenal de ironía que a ratos destila para defenderse del pasado y del presente y quizá del futuro: “Beto Cañas, que fue amigo mío toda la vida, y por eso lloré cuando se murió, me dijo que no me lo iban a dar nunca, porque yo amo demasiado a México”.
No niega, sin embargo, que le gustaría que se lo concedan. Cree merecerlo. Y más importante aún: hay una obra que lo respalda, pero hay un pasado que lo condena. Esa sombra de la Basílica. Esa sombra de la Penitenciaría. Esa sombra de San Lucas. Esa sombra de una madre prostituta. Esa sombra de una hermana prostituta. Esa sombra de 30 años en prisión, pesan, enormemente, en la cultura oficial, que premia a los suyos.
En su condición de escritor costarricense consagrado no tiene reparos, no obstante, para decir que el trabajo del Premio Magón 2014, Miguel Ángel Quesada, le parece meritorio, y que le gusta su aporte para tratar de salvar las lenguas indígenas del país.
LA TARDE LENTA
José León pudo escribir Tenochtitlan porque es un enamorado del mundo precolombino. Su biblioteca, compuesta por unos 11.000 volúmenes, tenían un marcado interés en este período de nuestra américa.
Pero ahora que ha entrado en esa recta final de su vida, porque a sus 86 años, pese a que se ve y se siente bien, nunca se sabe, como él mismo reconoce, decidió donarla a la Universidad Nacional (UNA). “En la UNA me nombraron profesor meritorio, seguro porque les regalé la biblioteca”, dice y se ríe de sí mismo. El humor, a lo largo de la charla y de su vida, es un elemento de relevancia en él.
La razón de la donación, es que quiere que sus libros estén a disposición de los estudiantes, debido a que muchos de esos textos son difíciles de conseguir, dado que los obtuvo en diferentes partes del mundo.
Se ha desprendido de su biblioteca, pero de ella quedan, en su casa, algunos volúmenes, como las primeras ediciones de sus libros pegados a la pared con clavos. La imagen, de entrada, puede parecer contradictoria: libros pegados con clavos.
La idea es que no se desaparecieran tan fácilmente, pero ese proceder denota, de manera inconsciente, cómo este escritor surgido de la nada, tuvo que arrancar todo lo que ha obtenido con una voluntad recia. José León es un hombre para quien las medias tintas no existen. No bastaba, entonces, con poner con delicadeza la primera edición de Campanas para llamar al viento, o la de Cuando nos alcanza el ayer, o la de Cuando canta el caracol, o la de La luna de la yerba roja en un estante: no, había que pegarlos con clavos para que la realidad no volviera a contradecir a los hechos.
Entregó casi todos sus libros, menos esos clavados a la pared. Y otros pocos que aún conserva. Los muestra en lo que queda de su biblioteca. Y en el cuartito pequeño en que están, se sube la camisa como un niño para taparse la cara y desafía a los periodistas a que lean, al azar, esta o aquella página, para demostrar que ha leído los libros que posee. En esa pose infantil conserva el alma de niño que aún anima al escritor. No en vano en un momento confesará su admiración por Carlos Luis Fallas (Calufa) y en especial por su inolvidable Marcos Ramírez. Al escritor alajuelense, cada vez que puede, lo llama maestro.
La memoria le juega una mala pasada, en el ejercicio de reconocer a los autores de cada libro, pero es solo un juego y no hay nada que demostrar.
DEUDO CON CALUFA
En la conversación han ido apareciendo sus viejos amigos y sus admirados. Tal es el caso de Jorge Debravo, cuyo funeral José León recuerda con nitidez pese al paso inexorable del tiempo.
El poeta, que murió el 4 de agosto de 1967 en un accidente de motocicleta, era ya para entonces una figura reconocida y cuando José León habla de él deja traslucir esa fascinación que ejercía en el grupo. Para José León eran tiempos difíciles y para el Círculo de Poetas de Turrialba, adversados desde los periódicos de derecha por su vinculación con las ideas de izquierda, también.
En esos tiempos duros, el apoyo y la solidaridad de Arnoldo Herrera, Premio Magón 1991, resultó determinante, como tantas veces lo destacó en la plática.
El funeral pasado por agua. El féretro que flota en la fosa. El cura que antes ha negado que al cuerpo del poeta lo ingresaran en la iglesia. La esposa que llora. La madre que sufre. El escritor evocaba aquellos tiempos para recordar su admiración y reafirmar que era una coyuntura complicada para los creadores costarricenses. Y cuando se le pregunta por Calufa vuelve la sonrisa a su rostro.
Con el autor de Mamita Yunai, cuenta, tuvo una relación especial, porque en un momento dado lo enviaron a que fuera su ayudante de zapatería, dado su bajo nivel en la escuela de El Llano de Alajuela.
Muchos años después se lo volvería a encontrar, cuando Calufa hizo una visita a la Isla de los Hombres Solos+ para ver a su hijo. El mayor homenaje, no obstante, surge cuando José León confiesa que el primer libro que logró leer y entender bien fue Marcos Ramírez, y fue cuando empezó a acariciar en silencio la posibilidad de algún día ser escritor.
“Mamita Yunai es un documento, una novela, que cambió las leyes laborales de América Latina. Algunos dicen que está mal escrito porque Fallas no admitía que lo corrigieran. Bueno, fue algo de lo que me pasó después con La Isla de los Hombres Solos, que ahí está con sus errores”.
Al hablar de Fallas recuerda que en 2010 pusieron su novela Tenochtitlan como libro de lectura para secundaria, pero que en ese mismo año cometieron la “barbaridad de quitar a Calufa”. “¿Cómo puede ser posible?”. Y de inmediato sonríe con timidez.
PASIONES SIN TIEMPO
Para José León lo precolombino es un tema trascendental. Por tal motivo, anda enfrascado desde hace unos diez años en el estudio del Quipu de Talamanca, y en cómo descifrar el código que a su vez permitiría la lectura de decenas de libros similares en el mundo y en especial en América Latina.
Antes había andado enrolado en cómo la humanidad podría reconstruir la biblioteca de Alejandría y en ese sentido, en cómo Costa Rica y Centroamérica podrían hacer su aporte. Le gusta, por lo tanto, asumir empresas colosales como fueron en su tiempo mejorar la vida de los reclusos en la Isla de San Lucas, donde pasó casi la mitad de su vida.
En ese penal abrió una biblioteca y a la vez se dispuso a enseñarle a sus compañeros a leer. Esa trascendencia del saber siempre lo ha acompañado. De ahí que en un momento de la conversación, que se extendió de tres de la tarde a eso de las ocho de la noche, José León muestra el método que ideó para enseñar a leer a sus compañeros en el la cárcel de San Lucas. Ya antes, en la Peni, se había adentrado en la publicación de un periódico.
Y como le gustan esas empresas desmesuradas, lo del Quipu lo ha atrapado y apasionado por tan extenso período.
Asegura que con el apoyo de prestigiosas universidades podrán llegar lejos y presentar a la comunidad internacional los hallazgos del estudio.
“Si estamos en la razón, comprobaremos que cuando los españoles arribaron a Talamanca, ya los aborígenes de acá sabían leer y escribir”.
Según investigaciones, el Quipu es anterior al ábaco”. Y agrega: “En el mundo hay unos 1000 Quipu que no se han podido leer. Si desciframos este, esos otros se podrán leer. Va a ser un descubrimiento enorme. En ese sueño estamos. Entonces si me van a tener que dar el Magón”, y dice esta última frase con un dejo de ironía.
NOVELISTA SIEMPRE
En José León, como en cualquier escritor inquieto, confluyen varias formas de expresarse: el cuento, el ensayo, el artículo periodístico y la novela. Esta última se impone siempre en él. Esa necesidad de defenderse desde que era un niño de pocos meses lo ha arrastrado a tener que explicarse su propia vida a partir de los relatos que construye de la realidad para entender y explicar a su vez a los otros.
En ese magnífico ejercicio, es que surge el narrador. El que se vale de una gran mentira para contar una vida, una situación, un instante. Es el arte de novelar el que emerge en ese preciso momento.
Ya lo había dicho en otro contexto y con otros fines, pero aquí cae como dicho para tales efectos, Sir Arthur Conan Doyle por medio de su inmortal personaje, Sherlock Holmes: el arte en la sangre adquiere diferentes formas. Y eso pasa con el autor de A la izquierda del sol.
Y José León se vale en esta oportunidad de su arte para acercarse a Chavela Vargas, muerta y resucitada tantas veces en su larga vida de 94 años, en la que mantuvo siempre un juego de esgrima con Costa Rica, país al que desdeñaba en la distancia.
Ahora cuando muchos esperaban una biografía de Chavela, José León, que siente fascinación por el personaje, recurre a la novela para intentar retratar, desde la ficción, una vida real.
El ejercicio es altamente desafiante y está reservado para quienes conocen el oficio.
No quería hacer un documental de la obra de la cantante que una vez surgió de las cenizas del alcohol para volver a conquistar los escenarios, ayudada en un principio por el cineasta español Pedro Almodóvar.
Lo que buscaba con su más reciente trabajo era “novelar esa vida”, que por sus sombras, sus fracasos, sus contradicciones y sus estragos, podría suponerse que no requería de un novelista sino de un biógrafo, pero ya él había asumido el reto, aunque a la propia Vargas no le gustara en un principio, como confesó en su oportunidad.
La pregunta que flotó durante toda la charla es por qué se aventuró a este tema, si estaba enfrascado en otros asuntos que lo reclamaban y la respuesta surgió desde su mirada.
Cuando el grupo que participó de la entrevista observó el documental sobre Chavela Vargas, los ojos le brillaban en el claroscuro de su sala y cuando la protagonista de su novela empieza a cantar y va desgranando vida y milagros ajenos, en esas letras de aliento mexicano, el escritor confiesa: “no, es que no estoy a la altura de este personaje. No estoy a la altura de esta mujer”.
PALABRA Y MILAGRO
A este sobreviviente de la prisión y de la condena social lo salvó la palabra. La palabra operó en él el milagro de la transformación. Eso empezó a gestarse en la Penitenciaría Central, en la que hacían gala de poder y control “Los hijos del Diablo”. Era el tiempo de Caballón, entre otros, en los que la sangre y el cuchillo se vertían a cada día y era la ley del más fuerte la que prevalecía.
En ese contexto, la palabra le fue revelando a José León un nuevo camino en la vida. O más bien: le marcó el camino. El triunfo en 1963 en el Concurso Nacional de Cuento, en el que obtuvo el primer lugar por encima del doctor Constantino Láscaris y la escena aquella de la silla vacía, y las flores, y un Teatro Nacional abarrotado mientras él permanecía encerrado en San Lucas, constituyó un paso significativo en ese extenso camino.
La absolución social, no obstante, parece que nunca llegará. Ni siquiera con el respaldo de un fallo de la Sala Constitucional de 1988, en el que declaró la condena contra José León contraria a la ley, porque su confesión de culpabilidad se había producido en circunstancias de tortura.
La palabra hizo que José León saliera del presidio convertido en un Montecristo de carne y hueso. En un Edmundo Dantes salido del vientre de una madre prostituta y no de la imaginación de un autor como Alejandro Dumas.
Y es con la palabra con la que este hombre ha sostenido una batalla que ya dura 86 años, en un país en el que buena parte de la población todavía lo condena y no lo perdona. Y la muestra más fehaciente es ese silencio de la cultura oficial que invisibiliza sus méritos literarios, los cuales son elementos fácticos y hasta casi se pueden medir y pesar, si ese fuera el caso. No son opiniones de este o aquel crítico.
Tras una larga conversación en la Quinta de don Cosme con este escritor recio de luchas y penumbras, con la piel orgullosa del indígena, y ese rostro curtido de tiempo y sueños, se tiene la convicción de que se regresa de un largo viaje, marcado por episodios extraordinarios y por victorias inimaginables, mientras afuera la lluvia, el frío y la noche, anuncian la culminación del segundo viernes de enero, tan similar a los otros, que pareciera que este paraje no da cobijo a un hombre que se ha sabido imponer por encima de las extremas situaciones en las que le ha tocado vivir. Y pese a tan enorme mérito, la brisa de esta Costa Rica mezquina parece anunciar: nunca, nunca, nunca: nunca te perdonarán José León, siempre vivirás al margen, en la orilla prohibida de la vida.
*La entrevista fue realizada por Mauricio Herrera, Beatriz Fernández, Álvaro Rojas y José Eduardo Mora, quien redactó el reportaje.
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