Archivo de la categoría: Escritura 2.0

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La importancia de un taller literario

 

(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 04 DE NOVIEMBRE, 2017). Los talleres literarios han sido cuestionados a lo largo de los últimos años, luego de que a partir de los años ochentas crecieran como forma de promover la escritura y la lectura.

Muchos piensan que no sirven para nada. Otros consideran que a escribir no se le enseña a nadie. Y los hay que creen que solo sirven para sacarle el dinero a la gente.

En realidad, a escribir en el estricto sentido de la palabra no se le enseña a nadie, como si sucede con el oficio de piloto, marino o abogado, por ejemplo, pero sí es relevante el contar con herramientas para saber el rumbo de navegación de una historia.

Sucede que hay muy buenas historias, las cuales en manos inexpertas terminan en el cesto de la basura.

Por lo tanto, el valor de un taller literario es que en primer lugar propicia una especie de ecosistema, es decir, todos los que en él participan tienen un interés en común: cómo contar una historia, y en segundo lugar un taller literario permite revisar las técnicas que han empleado los escritores consagrados para alcanzar su objetivos.

De forma tal que el argumento que desdeña por completo a los talleres literarios está equivocado, lo que se requiere, en realidad, es un buen tutor, que pueda guiar a los “talleristas” por  técnicas y herramientas de gran valía.

La importancia de la autoedición

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El primer editor de un texto es su propio autor. Esta es una verdad de Perogrullo que, por lo general, se olvida con enorme facilidad.

Si quien escribe una carta, una nota periodística, un informe, un comentario o un artículo se detuviera a revisar la forma en que está redactado dicho documento, mejoraría en un alto porcentaje ese escrito.

Al no hacerlo, los textos llegan al editor (cuando existe) con errores ortográficos, gramaticales, de sintaxis, de claridad, concisión, etc., lo cual atenta contra la comunicación que se pretende lograr.

Y de paso el que escribe exhibe sus faltas ante el otro. Es decir, se expone de una manera innecesaria.

La satisfacción de escribir de forma correcta, con el afán último de alcanzar una comunicación eficaz es una meta que todos y cada uno debemos procurar.

 

 

 

El relato debe escribirse de un solo tirón

(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 04 DE OCTUBRE, 2017). Los relatos, que muchas veces se confunden con los cuentos, deben escribirse de un solo golpe: sería imposible comenzar un relato, dejarlo a la mitad y retomarlo después. Nunca funcionaría.

Contrario a la novela, el relato es una narración que lleva un ritmo sostenido, que no puede detenerse mucho en digresiones, y para que tenga validez ha de llevar en sus entrañas la sangre que fluye detrás de él y que le da vida.

El dinosaurio, por ejemplo, de Augusto Tito Monterroso, posiblemente fue pensado por el autor guatemalteco durante mucho tiempo. Quizá años enteros, pero una vez que lo tenía claro se sentó y de un solo tirón, escribió: Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

No es Guerra y Paz, ni Crimen y Castigo, ni Cien años de Soledad, pero su complejidad narrativa es innegable y se requiere de mucho talento y gran capacidad para haber inventado, muchos años antes de que la tecnología lo permitiera, a Twitter. Twitter nació con el dinosaurio de Tito Monterroso.

Este es uno de los aspectos que trataremos en Cómo escribir historias, nuestro próximo taller el 14 de octubre. Interesados comunicarse al WhatsApp 8307-8184.

 

Ningún texto debe publicarse si antes no ha sido revisado por un editor

(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 28 DE MAYO, 2017). Alex Grijelmo afirma y muestra en su libro El estilo del periodista que todo texto es susceptible de ser editado.

No importa si el texto será utilizado para el envío de un correo electrónico, publicarlo en Facebook, en un blog, en un medio impreso o digital, o incluso en una correspondencia privada: debe pasar por el tamiz de la edición.

De esta manera, se infiere que todo texto no solo debe ser revisado por un editor con experiencia y capacitado, sino que nadie se salva de pasar por este filtro: ni siquiera Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Alejo Carpentier o el propio Gabriel García Márquez.

Precisamente de este último se ha publicado una nota en la que se da cuenta de siete capítulos de Cien años de soledad que andaban desperdigados por el mundo, y que fueron publicados antes de 1967, fecha en que salió la novela en Argentina.

El investigador y autor de la nota, Álvaro Santana, demuestra cómo García Márquez publicaba y según le parecía a él y a algunos lectores privilegiados el texto, hacía cambios que en muchos casos era sustituir una palabra o incluso suprimir un párrafo completo. O darle un ritmo diferente a la frase.

El ejercicio no es ni más ni menos que el arte de la edición, sin el cual los textos muestran, por lo general, muchos errores.

Hoy en que los periódicos, las revistas, los sitios web e incluso los libros han prescindido de la edición, se nota a leguas la necesidad de que los textos en dichos medios pasen por ese tamiz.

La edición, por lo tanto, no es un lujo. Es un paso de suma relevancia a la hora de publicar. Hay que volver a la edición. En los próximos textos puntualizaremos elementos clave de esta práctica.

 

 

 

Ser un buen lector es imprescidible para redactar bien

 

De la serie: cómo mejorar nuestra redacción

(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 08 DE MAYO-2017). En Costa Rica existe una especie de epidemia relacionada con la redacción deficiente que exhiben a diario periodistas, abogados, maestros, profesores y estudiantes, y el mal, como lo decía Ignacio Bosque, de la Real Academia de la Lengua, siempre apunta a un hábito de lectura inexistente.

El tema, que parece obvio, en realidad no lo es. Y prueba de ello es que el escritor  español David Trueba dedicaba un artículo a dicho asunto, ante la constatación de que muchos de sus colegas son pobres lectores.

Todos los consejos para escribir conducen al mismo río: primero hay que ser un lector voraz, para luego intentar articular historias en los diferentes géneros. Y lo mismo sucede con la redacción a un nivel básico: si quien pretende redactar bien no lee, difícilmente alcanzará una escritura con corrección.

Un buen lector, aconsejaba a sus alumnos el escritor y periodista Carlos Morales, debe leerse al menos un libro por semana. Y el escritor español Fernando Sánchez Dragó iba aún más lejos: sostenía hace poco, que él en promedio se leía 500 libros al año.

No vamos a ser tan exigentes. Con que usted se lea un artículo al día y un libro al mes, es un comienzo aceptable que rendirá frutos en su afán de mejorar su escritura.

¿Por qué se insiste tanto en este principio de la lectura? Porque la lectura permite mejorar la sintaxis, la puntuación, la precisión, las estructuras, en fin, todo lo que tenga relación con la gramática, y es un aprendizaje que se realiza desde la creatividad, al internarse el lector en mil y una historias.

Así que el primer paso para mejorar la redacción es empezar a leer con una pasión insaciable y  un apetito voraz, es decir, hay que convertirse en una rata de biblioteca.

 

 

 

El comprador de libros

EN EL DÍA INTERNACIONAL DEL LIBRO

Por José Eduardo Mora*

(DOMINGO 23 DE ABRIL, 2017). El primer gran requisito para ser un buen comprador de libros es ser un lector obsesivo e insaciable. Sin él, simplemente, sé es un comprador de golosinas.

Lo primero que busca un buen comprador de libros es pasar desapercibido. Que nadie se entere de que está en la librería. Merodea por aquí y por allá. Siempre en busca de un título que lo cautive. Hurga en las solapas, la portada, la contraportada. Los paratextos, sabe, que son importantes, pero también desconfía de ellos. Al final, como en la vida, es muchas veces el azar el que lo lleva a este o aquel escritor. Con el paso del tiempo y cuando ya se tiene un pequeño y selecto grupo de escritores preferidos, lo fascinante es toparse con uno desconocido, que cautive por el estilo, por el tema insólito, por la osadía, en fin, por salirse de la norma.

Muchas veces una buena portada, hay que admitirlo, puede llevar al desastre, pero a la postre igual se disfruta con el momento de creer que uno se lleva a casa a un escritor interesante.

Un buen comprador de libros, hay que decirlo también sin rubor, debe lidiar con los fracasos en su selección, porque esta es una de las mejores maneras de aguzar la escogencia.

Comprar libros puede convertirse en un deporte de altas pasiones. Para ello, ha de aprender el arte de la paciencia. Nunca adquiere un texto en el primer encuentro: lo escudriña, lo indaga y carga con el peso de lamentarse de por qué no pagó de inmediato este o aquel volumen y con la ilusoria idea de que al regreso, a la semana siguiente, alguien ya se le habrá anticipado. En realidad, sin ese reposo sería un simple comprador.

Un buen comprador de libros nunca va acompañado a una librería. Es un sacrilegio. Las prisas y los ritmos de los otros enturbian ese placer exquisito de la lentitud.

Un buen comprador de libros, válgame Dios para aquel que irrespete este precepto: debe huir siempre de las modas. Sabe de su alta toxicidad.

Como se ve: comprar libros es un ejercicio del pensamiento. Es un placer solitario y exquisito. Y puede llegar a ser una pasión tan seductora como un clásico Real Madrid-Barcelona con la liga en juego en el minuto 95 del tiempo extra.

 

*El autor es Máster en Literatura.

La comunicación en tiempos de Internet

Por José Eduardo Mora*

informacion@joseeduardomora.com

eljornal@gmail.com

(12 DE NOVIEMBRE 2016). Internet, entre otros muchos cambios, ha permitido que las empresas y organizaciones de todos los tamaños tengan acceso a sus potenciales públicos de forma directa.

Y ello representa un salto cualitativo de gran importancia, no obstante, lo que puede ser una gran oportunidad, por lo general, se desaprovecha porque la comunicación no se maneja de forma profesional y oportuna.

De esta manera, las páginas web de la organización, las redes sociales (Faceboo,, Twitter, Instagram, entre otras) quedan en manos de aficionados: el resultado: un desastre.

Y ese desastre se manifiesta en que los medios se desperdician por completo o aquellos se convierten en herramientas negativas.

De ahí la importancia de que la comunicación en Internet y la comunicación directa se maneje de forma profesional y responda a una estrategia sólida y clara, que hará que la organización dé un salto cualitativo en el engranaje de la red.

Es posible, solo es necesario profesionalismo, objetivos claros, foco y una gran capacidad para mantener la información siempre actualizada y al alcance de un clic.

Para esas labores son muy útiles los creadores de contenido, los community manager, los comunicadores, los editores, que, con su maejo de la comunicación impulsan a la empresa.

 

Escribir bien va más allá de un acto ornamental

 

(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 30 DE MAYO, 2016). Alex Grijelmo, autor de numerosos libros sobre el castellano, asegura en “Defensa Apasionada del Idioma Español” que a menudo la gente cuida su vestido, llega impecablemente a las entrevistas y trata de dar la mejor apariencia posible, hasta que esta se tuerce cuando escriben un texto o contesta un formulario.

Es el momento en el que un texto descuidado dice más que la indumentaria y es cuando los responsables de recursos humanos empiezan a sacar las conclusiones de qué nivel tiene ese candidato al puesto.

De ahí que es de suma relevancia escribir bien. La pregunta que surge de inmediato es:

¿cómo lo logro? La gran recomendación para ello, siempre omnipresente, es que se ha de empezar por la lectura. Quien no lee jamás escribirá bien, ni siquiera con corrección media.

En Facebook y otras plataformas sociales la gente, sin saberlo quizá, exhibe sus faltas ortográficas y gramaticales sin el menor pudor y evidencia la enorme necesidad de mejorar en este campo.

La buena noticia es que se puede mejorar, y mucho, si hay disposición para aprehender el maravilloso idioma de Cervantes.

don-quijote

Amanecer infinito

Por José Eduardo Mora

 

Sucedió un amanecer hace 60 años exactos. Se fue sin decir una palabra. Todavía veo, como si fuera ayer, su silueta en el marco de la puerta. Se llevó pocas, por no decir ninguna, de sus pertenencias. Era un amanecer frío y las primeras luces, tímidas y escuetas, se colaban por las ventanas de la casa.

Se llamaba Eva Castellanos. Tenía 24 años. Yo solía presentarla a mis amigos y conocidos como mi mujer. El día en que se marchó, el jueves 2 de junio de 1955, cumplíamos 3 años, 11 meses y cinco días de vivir juntos.

Al día siguiente de su partida, yo debía unirme a mi unidad en el ejército y estaba seguro de que a la vuelta la encontraría en su jardín de calas y geranios. Nunca volvió. Nunca supe noticias suyas. A partir de entonces, comencé un extraño y prolongado exilio. Se me llegó a conocer, porque en el pueblo uno se enteraba de todo, como el escritor ermitaño. Solía publicar relatos en el magazine del pueblo y por eso me asociaban con que era escritor. Jamás lo pensé así, pero no protesté ni aclaré el asunto.

La partida de Eva fue un enigma. Tantas y tantas preguntas sin responder. Familiares y amigos insistían en que debía de haber alguna razón. Yo, hasta el día de hoy, no he encontrado ninguna.

Convertí nuestra casa en una espera prolongada. He hecho hasta lo imposible porque cada cosa que dejó, siga en su lugar. La cortina del cuarto que entonces era blanca y hoy tiene un amarillo intenso, permanece recogida a la mitad. La Virgen del Socorro que tenía en la mesita de noche y que estaba de medio lado sigue imperturbable. Los zapatos negros de tacón alto, ya con algún moho, están en el sitio exacto donde los dejó. Sus numerosos vestidos, porque a Eva le encantaba usar vestidos, los lavo cada año y los devuelvo, en el mismo orden en que estaban, a su sitio.

El cuaderno escolar con unos versos de adolescente, con sus faltas de ortografía y su letra casi ilegible, se conserva en la gaveta del escritorio que está en el tercer cuarto, aunque el paso del tiempo ha dañado el papel, y cada vez que los leo me parecen más cursis.

He procurado que el jardín se mantenga intacto, aunque tuve que usar, contra mi voluntad, un herbicida para combatir la maleza que amenazaba con tragarse las calas y los geranios, en el invierno pasado.

Los casetes que solía escuchar al atardecer con música romántica tienen las cintas llenas de humedad, pero he querido conservarlos con las brevísimas anotaciones al margen, en una letra huidiza y difícil de descifrar para otro que no sea yo.

La casa, que es de madera, la he pintado en estos últimos 60 años unas 12 veces, siempre guardando ese celeste claro, con el fin de que las modificaciones fueran las mínimas.

Las gentes, que no la conocieron, me han tachado de padecer una demencia sin remedio y no se explican que nunca más haya vivido otros amores, y no pueden comprender que espere a un fantasma. Nuestro amor es una leyenda en el pueblo y más allá.

Cuando salí por períodos prolongados de seis meses de mi casa, por razones de trabajo, le dejé instrucciones precisas– a riesgo de pagar hasta con su propia vida–, a Fátima Cervantes, quien hace el servicio doméstico, sobre la importancia de mantener cada cosa en su lugar.

Hoy, en el ocaso de mi vida, me sigo haciendo las mismas preguntas de cuando se fue y no encuentro las razones precisas de su extraño y sorpresivo adiós. Sucedió un amanecer, cuando nuestros sueños estaban intactos.

Aún hoy, con pasmosa frescura, recuerdo esos atardeceres de fuego, en los que cerrábamos los ojos al mismo tiempo y visitábamos países exóticos, y nos dejábamos arrastrar como dos adolescentes por los poderes de la imaginación.

Ayer estuve tentado a mover unos centímetros la Virgen del Socorro de su mesita de noche, pero en el momento en que estiré mi brazo derecho, sentí como una descarga eléctrica y retrocedí en el acto. No quiero que encuentre ni una sola de sus cosas en un sitio diferente. Mi agenda personalizada, en la que se puede leer mi nombre–Severino Cáceres– al pie de cada día, permanece abierta en la página en blanco de ese jueves aciago de junio.

Ahora que lo pienso, lo que más recuerdo son sus pasos, firmes y rítmicos, alejándose en la oscuridad, mientras la brisa arrastraba hacia la nada las primeras hojas de los higuerones mustios, en ese infinito e inesperado amanecer.

 

24 de mayo,  2016, Casa de la Araucaria

 

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Los temas en literatura

(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 04 DE NOVIEMBRE, 2015). Los temas en literatura son un gran espacio para la convergencia y la polémica. Se dice históricamente que existen tres grandes temas: el amor, la vida y la muerte.

Y que a partir de ellos se derivan el resto de subtemas que se encuentran en miles de historias, entre ellos el cuento, la novela y el relato.

En literatura no, obstante, no es tan importante el tema como su tratamiento. Es decir, que es más importante y trascendente la forma en que se trate determinada materia, que ella en sí.

A veces esto se malentiende y ello genera numerosas confusiones. En literatura, por ende, más relevante que el asunto es el estilo, el enfoque, ese tono personal que logran esos escritores consagrados que, con tan solo deslizar los dedos por encima de las letras se pueda llegar a saber si es de este o de aquel narrador.

Y el estilo, el tono, el enfoque y esa versión personal de la realidad solo lo da la práctica constante. El escribir siempre…

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