Se ha desempeñado como reportero y editor, otra de sus grandes pasiones, y siempre ha estado vinculado a la palabra escrita.
En 2003 lanzó el periódico EL JORNAL, un medio de corte regional que ha mantenido una constante presencia en su zona hasta el día de hoy, en el cual ejerce su dirección.
Dejar volar la imaginación y crear mundo sin límites:
una experiencia inigualable para disfrutar en vacaciones.
Qué tan “cool” es escribir
De dónde vienen las historias
Qué voy a hacer con tantas historias
Cómo una historia puede cambiar el mundo
Cómo imaginar las historias
Cómo escribir mis historias
Las historias escritas serán publicadas en El Jornal y se hará un libro digital para ser descargado en Amazon y en Apple Store.
Taller de escritura para jóvenes entre 12 y 16 años.
Costo: $180
Fecha: 13 – 15 – 17 julio 2015
Hora: 10am a 12 pm
Lugar: Sabana Sur, San José.
Impartido por el Máster en Literatura José Eduardo Mora, autor de La Gran Hazaña, el libro que recoge la memorable historia de Costa Rica en Brasil 2014.
(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 11 DE JUNIO, 2015). En “joseeduardomora.com” hemos decidido abrir un taller permanente de edición, por lo que lo invitamos a enviarnos sus textos cortos (máximo 3500 caracteres) y se los devolveremos corregidos y con observaciones de cómo puede evitar ese tipo de errores.
Somos unos apasionados de la edición y de escribir bien, por lo que queremos contribuir para que sus escritos lleguen a su destinatario final en la mejor forma posible.
En el fondo la invitación estriba en que entre mejor se escriba, mejor se comunica.
(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 11 DE JUNIO, 2015). Si su trabajo está relacionado con la redacción de informes, documentos y notas, y por lo general tiene problemas para lograr claridad y precisión en sus escritos, usted es un candidato ideal para nuestro taller de “escritura para la vida 1”.
Está diseñado de manera especial para que al final del taller usted disponga de las herramientas esenciales que le permitan presentar sus informes de una manera adecuada, de forma que alcance el gran objetivo de comunicar bien.
Escribir con claridad y acorde con las necesidades de la empresa para la que se trabaja requiere empeño, pero no hay mayor satisfacción el que sus reportes estén exentos de errores.
Escríbanos a nuestro correo: escrituraparalavida@gmail.com y con gusto le facilitaremos más información.
(LUNES 8 DE JUNIO). Además de la vocación que se ha detener para ser escritor, el primer gran paso es el de convertirse en un lector insaciable. Quien no sea un gran lector no puede, ni por asomo, ser escritor. Es una ley inquebrantable.
Cualquier biografía que se revise de un escritor siempre apuntará hacia este blanco, pues no se conoce sobre la faz de la tierra un gran escritor que antes no haya sido un gran lector.
De forma tal, que aquellos que pretenden o se designan como escritores y son unos mediocres lectores, simplemente se autoengañan.
“Leía todo lo que caía en mis manos”, “me leí todo el siglo de oro español”, “fui un asiduo lector del boom”, “daba vueltas en el metro y leía sin tregua durante los largos domingos”: todas ellas son confesiones de escritores que, antes de serlo, pasaron por la delgada línea roja de ser buenos lectores.
Leer, leer, leer: ese es el primer paso. Después vendrá la prueba ante la hoja en blanco, pero ese será tema de nuestra próxima columna.
Déjenos su comentario, nos interesa mucho su opinión: informacion@joseeduardomora.com y eljornal@gmail.com
A diferencia de lo que se cree, el editor no está para desacreditar al escritor de un texto, todo lo contrario, lo que hace es, con su experiencia, mejorarlo en aquellos aspectos en que sea posible.
El trabajo de un editor es, si se quiere, invisible, porque es como el del joyero que pule la perla. Un texto puede cambiar de forma dramática con una coma que faltaba o que sobraba, con la precisión de un término, con la aclaración de una frase oscura, o con agregar o suprimir una parte de la oración.
La intervención del texto ha de hacerse con la precisión de un cirujano experimentado. De no ser así, la calidad del texto que se pretende mejorar, puede dañarse de manera irreversible.
Ciertamente hay textos que, por la forma en que están construidos, requieren de una intervención mayor. En esos casos, lo primero es hablar con el autor y explicarle los alcances de lo que se va hacer con su texto.
En los tiempos de Internet en que vivimos, en los que todo sucede en tiempo real, cada vez es más preocupante la forma en que utilizamos el idioma, en este caso el castellano.
Muchas veces hay usuarios de redes sociales como Facebook, cuyos contenidos podrían ser interesantes si se entendieran. Y no se entienden porque su manejo del idioma es tan limitado y confuso, que pronto el lector abandona el mensaje antes que pasar por un calvario sintáctico o por un pseudoidioma, generado a la luz de la supresión de letras y a la generación de una gramática incomprensible.
¿Por qué escribimos tan mal?
Son muchas las causas que habría que observar, incluso, desde la primaria, etapa en la que se empiezan a arrastrar falencias que con el paso del tiempo se magnifican, pero una de las mayores razones es que se desprecia la forma, con base en la falsa creencia de que ella tiene poca importancia en la comunicación de los contenidos.
Y nada más frustrante que textos incomprensibles: llenos de faltas de ortografía, poca o nula claridad en el mensaje y con un descuido absoluto de la forma.
El escritor y periodista Alex Grijelmo, en la introducción a “Defensa apasionada del idioma español”, decía que nadie que fuese a buscar trabajo se presentaría a las entrevistas desaliñado y mal vestido, pero que, sin embargo, cuando se trata de escribir una carta, un mensaje o un comentario, somos capaces de cometer los mayores atropellos. ¿Ha pensado en ello alguna vez?
“El tiempo reversible”: ese es el título del nuevo libro de Francisco Umbral, quien en su día llegó a ser el mejor columnista de la lengua española, con sus columnas en El País y en El Mundo.
Que a ocho años de su muerte una editorial pequeña como Círculos de Tiza se haya aventurado a recuperar varios de los textos de este genial periodista y escritor, habla muy bien de escribir en la prensa, no ya para el ahora, sino que también para el mañana.
En efecto, las columnas de Umbral si bien estaban ambientadas en la actualidad de su entorno, en realidad su manejo del lenguaje, sus atrevimientos, sus meandros semánticos y todo ese juego con el placer del texto, hacían que sus columnas gozaran de una exquisitez inusual.
Solo por sus columnas, me atrevería a decir, Umbral hubiese merecido el Cervantes, pero, claro está, que a ese premio lo respaldaron sus más de cien libros, entre los que estaban sus novelas y sus memorias periodísticas.
En esa vasta producción, fue “Mortal y rosa”, la historia poética de lo que representó la muerte de su único hijo, la que lo catapultó a un primer plano de la literatura en España.
Ese dandi madrileño, de niñez en Valladolid, con su melena de león urbano, sus gafas de miope, su vozarrón incorregible y su afán siempre alerta para cazar al vuelo el giro y la frase que harían de su columna un prodigio día a día en la prensa, siempre fue un periodista de lo intrascendente, de lo pequeño, de lo invisible, lo que a la postre se impone a los grandes acontecimientos del aquí y el ahora.
El periodismo de la actualidad es para la prensa lo que el aire a la vida, pero el otro periodismo, el que atiende lo inactual, el que profundiza por medio de la columna, el reportaje, la crónica y el análisis, ese el que salvará a la profesión en este mar de información que predomina en los tiempos de Internet.
“El tiempo reversible” es una buena muestra de que la buena prosa periodística, como la de José Martí o Rubén Darío, nunca muere ni pasa de moda.
La Gran Hazaña, crónica escrita por José Eduardo Mora, en conjunto con el periodista Pablo Aguabella, recoge de manera sensacional la extraordinaria participación de Costa Rica en el Mundial de Brasil 2014.
Es una historia que atrapa al lector de principio a fin y que se lee de un solo “tirón”, porque no se puede parar porque se quiere saber qué viene después, fue el testimonio de varios lectores.
La Gran Hazaña está escrita con técnica literaria pero aplicada a una realidad. Es lo que se denominó el Nuevo Periodismo o el periodismo literario.
José Eduardo Mora vuelca, junto a Aguabella, toda su experiencia en el arte de narrar y consigue que el lector no se vaya hasta culminar el libro en la línea final.
La Gran Hazaña es un libro cuya estructura atrapa y hace vivir a los lectores los inolvidables días de Costa Rica en el Mundial. Una historia que todo amante del fútbol debe tener.
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[/one-half-first][one-half]A la señora se le salió el racismo por los poros, por el corazón, por los brazos, por los pies, por los ojos, por la nariz, por la respiración, por todo lo que ella era y trataba de no ser, porque parecía ser buena parroquiana, de mi misa los domingos a las seis, para que no compitiera con el partido.[/one-half]
Y sí, ante la estupefacción de sus vecinos de grada, se puso en gesto de salida y comenzó a gesticular como un macaco para que las cámaras captaran su perfomance, como diría un crítico de teatro joven, y ahí estaba ella, con sus brazos a la altura de la cintura, su cuerpo pesado y su alma de mona, dándole a la prensa un material explosivo para las redes sociales.
ENTRE PARÉNTESIS
El gesto iba contra Mamadou Koné, ese número nueve negro del Racing de Santander originario de Costa de Marfil. El triste espectáculo sucedió en el partido de El Llagostera-Racing y de inmediato el equipo casa prohibió de por vida la entrada de la señorita simiesca, con toda su kinésica de la selva y su olor a rancio racismo, en la Europa que se desangra entra la crisis económica y la crisis de identidad.
El cuento, no obstante, no acaba con la sanción adoptada por el Llagostera, sino que más bien ahí empieza, porque resulta que la señorita simiesta, que hubiese sido un buen partido como modelo para Picasso o Botero, era empleada en el museo del Barcelona.
Y sí, el verbo ha de ir en pasado, porque apenas vieron a esa mona danzar sobre su cuerpo pesado, le recetaron el código de ética de 2010, porque en el Barcelona esas bailarinas no tienen cabida.
Magnífico gesto el del club azulgrana, que en Costa Rica debería imitarse, dado que de cuando en cuando aparecen esos aficionados, que, escondidos en la multitud, se transforman en monas y simios de su propio ser.
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¿Puede una frase, una sola frase, evocar en un instante una novela entera? ¿Y de seguido una vida que pasa por el tamiz veloz e implacable del tiempo? La muerte, esa oscura presencia que tanto evitamos, a veces obliga a declaraciones tan contundentes que son en sí mismas una novela, una historia de vida que arrastra desengaños, tantos desengaños como para morirse de soledad.
José María Dols Abellán, conocido como Manzanares, un diestro que arrancó múltiples aplausos en las plazas de toros más reconocidas de España, ha muerto, y aunque murió de muerte natural, como diría García Márquez, la verdad es que lo mató la soledad como dijo uno de sus amigos.
La falta de conexiones reales, afuera Facebook, What’ssap, Twitter, Instagram, y todas la yerbas que aluden a las conexiones en línea, está matando más gente que el ébola, la obesidad, la bebida y el fumado.
“Josemari ha muerto de soledad; no abandonado, pero sí solo e infeliz”, dijo uno de sus pocos amigos, según la crónica de El País, pocas horas después del fallecimiento del torero en su finca de Extremadura.
Una frase como la citada me embrujó hace unos años y no pude parar hasta escribir una novela: Las maravillas de abril, que espero publicar pronto, tras dejarla reposar unos años.
Esas joyas las busco con pasión en el periodismo del bueno, que es cada vez más escaso, pero esta crónica de Antonio Lorca es en sí una especie de poema en prosa, quizá el mejor homenaje a este torero que jamás vi en acción, pero por cuya biografía, repasaría instante a instante su carrera.
“Allí, en la finca extremeña, acabó, sobre todo, un torero privilegiado, nacido para la gloria, un creador de belleza, referencia fundamental de la compostura, el gusto, la calidad y el sabor torero; un hombre atractivo, dotado de una gran elegancia y un natural poder de seducción; un consumado artista, indolente, también, inconstante, conformista y de escasa ambición”.
Tras la fama, la riqueza, las mujeres, los desencuentros, sobrevino el silencio y el olvido, y José María Manzanares, como el José Inocencio Leal de mi novela, murió de soledad.
Ficción y realidad: un camino con dos vertientes.
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