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Conozca las herramientas para darle estructura a su historia

(SAN JOSÉ, COSTA RICA 07-NOVIEMBRE, 2017-). La mejor de las historias puede perderse en el caos y la oscuridad. Para escribir no basta con la inspiración y el esfuerzo. Para escribir es preciso saber qué queremos contar y cómo.

En ese qué, que involucra al tema, y en ese cómo, que nos vincula con la forma, está el gran secreto para acercarse a la narrativa.

Detrás de ese qué y ese cómo lo que hay es mucho trabajo, mucho estudio, muchas lecturas, en fin, todo un conjunto de técnicas que nos permitirán contar con las herramientas idóneas para alcanzar el objetivo que pretendemos con nuestra historia.

Sin importar si se hace por medio de un cuento, una novela, un ensayo, una novela corta, una crónica o incluso un artículo literario, la clave está en contar con las herramientas para saber narrar.

Para armar una historia es preciso saber definir a los personajes, el punto de vista, los tiempos de la narración, los escenarios, los personajes secundarios, y saber, además, de estilo. ¿Qué es el estilo?, se preguntarán. Para dar respuesta a esta pregunta, escribiremos nuestra próxima columna.

No permita, eso sí, que una gran historia termine marchita y perdida por falta de técnica.

 

 

El origen de los personajes en literatura

(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 05 DE NOVIEMBRE, 2017). En su discurso de diciembre de 1998 José Saramago cuenta cómo lograba construir sus personajes. Y lo hace de una manera tan extraordinaria que esa conferencia parece más bien un cuento o una maravillosa clase de literatura.

La fórmula del Nobel de Literatura es sencilla: contó como sus abuelos se le fueron transformando en personajes de carne y hueso en personajes de ficción. Y ahí, en esa declaración está la clave: nadie construya desde la ficción pura. Siempre hay un asidero en la realidad. Las crónicas marcianas de Ray Bradbury lo prueban. Y así hasta el infinito.

Un taller de literatura puede servir justamente para eso: para escudriñar cómo es que surgen los personaejes y para discutir cuáles son más poderosos y por qué.

De forma tal que para construir personajes hay que ser, como para cualquier acto de escritura, un muy buen observador. De esa manera podrá descubrir un magnífico personaje en la esquina de una calle, porque siempre está ahí pidiendo limosna. O el personaje que surge de ese aficionado que sigue a todas partes a su equipo. O de esa madre que si se contabiliza su estadía en la cocina, se cae en la cuenta de que habrá pasado más de media vida al servicio de sus familiares. O un personaje puede surgir, a su vez, de otros personajes que encuentre en la literatura.

Las posibilidades son múltiples, lo que hay que tener en cuenta es cómo hacer esa transformación para dotarlos de una psicología profunda y coherente, aunque no estén exentos de contradicciones internas.

¿Acaso creen que Don Quijote salió de la imaginación pura de Miguel de Cervantes?

Hay que perderle el miedo a la página en blanco

 (SAN JOSÉ, COSTA RICA, 04 DE NOVIEMBRE, 2017). El mito de la página en blanco entre los escritores da para escribir un voluminoso libro de más de un millar de páginas.

Incluso algunos escritores famosos acuden a él más que por una realidad, por una especie de pose, para darle a la escritura esa condición de inalcanzable.

Escribir es uno de los oficios o artes más complicados que exista. Es tremendamente complejo escribir un texto, sea este extenso o corto, y si se habla de ficción el tema se vuelve todavía más desafiante.

Dicho lo anterior, hay que pasar a la otra orilla y darse cuenta de algo que parece elemental y no lo es: a escribir solo se aprende escribiendo.

La frase suena mal desde el punto de vista eufónico y parece una aspiración de ingeniosidad tonta, pero es que dicha así, como si fuera un trabalenguas, recoge una verdad cimera.

Hay que perderle el miedo a la página en blanco y dejarse llevar por la necesidad de escribir lo que el inconsciente empuja desde adentro. Luego vendrán otros procesos determinantes y a la vez complejos, como el de cortar, eliminar, agregar. Es decir, el de la edición. U otro más difícil: desechar por completo lo escrito.

Escribir sí, es muy, muy complejo, pero la resistencia se vence solo escribiendo. Hay, por lo tanto, que perderle el miedo a la página en blanco.

Llegó la hora de contar esa historia que lleva adentro

 (SAN JOSÉ, COSTA RICA, 04 DE NOVIEMBRE, 2017). La vida, como decía el gran Giovanni Papini, da para contar muchas historias y hacer de nuestra vida una gran novela.

Muchas veces hay historias personales que se llevan adentro del ser y que se cargan por lugares y tiempos, y con el paso de los años se vuelven una carga.

Contar la gran historia de nuestra vida puede ser útil y, cuidado, si detrás de ella no hay una gran novela.
Muchos de los éxitos tanto de ficción como de no ficción han surgido de historias autobiográficas. De hecho, en literatura se sostiene que no hay ninguna historia que no tenga elementos biográficos, es prácticamente imposible que no suceda así.

Hay dos formas básicas de canalizar esa historia que todos llevamos dentro: una es mediante la escritura expresiva, o terapéutica, y la otra dándole a esa historia una estructura narrativa. Si se opta por esta segunda opción, un taller literario que le sirva de orientación es una excelente alternativa.

Lo que no debe hacer, de ningún modo, es guardarse esa historia y no compartirla, ya sea, insistimos de forma “realista” o matizada por las artes de la imaginación mediante la literatura.

La escritura expresiva favorece las emociones y la salud física

 (SAN JOSÉ, COSTA RICA, 04 DE NOVIEMBRE, 2017). La escritura expresiva, como se denomina a una corriente que se emplea a caballo entre la literatura y la psicología, rinde grandes beneficios a quienes la practican.

La escritura expresiva consiste en poner en blanco y negro las sensaciones, las emociones, los sentimientos sobre determinada situación.

A diferencia de los talleres literarios, en los que interesa la estructura y los elementos formales de la historia, en la escritura expresiva lo que importa es el contenido en sí mismo.

Un estudio determinó, incluso, que la escritura expresiva tiene efectos físicos positivos para aquellos quienes la practican. Un grupo de adultos entre 64 y 97 años fue sometido a un experimento que consistía en que les hacían una pequeña herida y luego divididos en dos bloques. Uno de ellos practicó la escritura expresiva durante 20 minutos durante dos semanas y el otro no.

Los porcentajes de sanación del grupo que escribió fue muy superior (76,2 por ciento) en relación con aquel que no realizó la práctica de la escritura (42,1).

Pioneros en la investigación de la escritura expresiva como James W. Pennebaker, de la Universidad de Texas, han descubierto que la escritura expresiva tiene efectos terapéuticos sobre las emociones y los estados de ánimo. Es decir, que la escritura expresiva tiene un gran valor terapéutico.

 

 

Un error muy usal que se comete al escribir

 

(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 04 DE NOVIEMBRE, 2017). Hay un viejo principio que es muy útil a la hora de escribir: primero conozca las reglas, luego rómpalas.

Parece muy elemental, pero no lo es. A menudo los escritores noveles pretenden en sus textos hacer un juego con las estructuras sin antes conocerlas.

Por eso el consejo es que primero se conozca el canon, las estructuras, por ejemplo, de la novela clásica, del cuento tradicional, para después introducir en esos ámbitos variantes que puedan sorprender al lector.

Lo usual, no obstante, es que quienes empiezan a escribir se lancen a conquistar el mundo de la escritura solo con ímpetus, pero sin el conocimiento adecuado y pertinente.

Es necesario, entonces, respirar, tomarse con calma el oficio de la escritura y empezar por el verdadero principio que es conociendo cómo están estructuradas las grandes historias.

Por eso los talleres literarios no son ni tan malos como muchos dicen, ni tan extraordinarios como otros aseguran, pero sí permiten discutir y poner en práctica un conjunto de herramientas que para los principiantes son de gran valor.

 

La importancia de un taller literario

 

(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 04 DE NOVIEMBRE, 2017). Los talleres literarios han sido cuestionados a lo largo de los últimos años, luego de que a partir de los años ochentas crecieran como forma de promover la escritura y la lectura.

Muchos piensan que no sirven para nada. Otros consideran que a escribir no se le enseña a nadie. Y los hay que creen que solo sirven para sacarle el dinero a la gente.

En realidad, a escribir en el estricto sentido de la palabra no se le enseña a nadie, como si sucede con el oficio de piloto, marino o abogado, por ejemplo, pero sí es relevante el contar con herramientas para saber el rumbo de navegación de una historia.

Sucede que hay muy buenas historias, las cuales en manos inexpertas terminan en el cesto de la basura.

Por lo tanto, el valor de un taller literario es que en primer lugar propicia una especie de ecosistema, es decir, todos los que en él participan tienen un interés en común: cómo contar una historia, y en segundo lugar un taller literario permite revisar las técnicas que han empleado los escritores consagrados para alcanzar su objetivos.

De forma tal que el argumento que desdeña por completo a los talleres literarios está equivocado, lo que se requiere, en realidad, es un buen tutor, que pueda guiar a los “talleristas” por  técnicas y herramientas de gran valía.

El valor terapéutico de la escritura

 

(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 04 DE OCTUBRE, 2017-EL JORNAL). Escribir historias propias o ajenas ha tenido, desde tiempos inmemoriales, un gran valor terapéutico para quien lo hace.

No se trata, entonces, de escribir para ganarnos el Premio Nobel de Literatura, que, por cierto, anuncian mañana, sino más bien como un camino, para tratar de encontrarnos con nosotros mismos.

La palabra, como instrumento en la curación del ser humano, ya la empleaban los médicos en la antigua Grecia. Al respecto, es recomendable el libro “La curación por la palabra”, del médico y escritor español Pedro Laín Entralgo.

La palabra, también, la emplearon con preponderancia los psicoanalistas y en terapias como la de Alcohólicos Anónimos (AA) es de gran valía para la recuperación del paciente.

De forma tal que escribir una historia con base en una experiencia personal o partir de una inquietud, un interés, una imagen o una observación, conlleva en sí la posibilidad de lograr un efecto de liberación, de encuentro, de alivio, de búsqueda o de trascendencia.

La palabra cura porque es  a través del lenguaje como conocemos y podemos aprehender el mundo.

En nuestro taller literario “Cómo escribir historias”, descubriremos el gran valor de la palabra para el ser humano y para generar historias que fascinen a nuestros semejantes.

Ser un buen lector es imprescidible para redactar bien

 

De la serie: cómo mejorar nuestra redacción

(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 08 DE MAYO-2017). En Costa Rica existe una especie de epidemia relacionada con la redacción deficiente que exhiben a diario periodistas, abogados, maestros, profesores y estudiantes, y el mal, como lo decía Ignacio Bosque, de la Real Academia de la Lengua, siempre apunta a un hábito de lectura inexistente.

El tema, que parece obvio, en realidad no lo es. Y prueba de ello es que el escritor  español David Trueba dedicaba un artículo a dicho asunto, ante la constatación de que muchos de sus colegas son pobres lectores.

Todos los consejos para escribir conducen al mismo río: primero hay que ser un lector voraz, para luego intentar articular historias en los diferentes géneros. Y lo mismo sucede con la redacción a un nivel básico: si quien pretende redactar bien no lee, difícilmente alcanzará una escritura con corrección.

Un buen lector, aconsejaba a sus alumnos el escritor y periodista Carlos Morales, debe leerse al menos un libro por semana. Y el escritor español Fernando Sánchez Dragó iba aún más lejos: sostenía hace poco, que él en promedio se leía 500 libros al año.

No vamos a ser tan exigentes. Con que usted se lea un artículo al día y un libro al mes, es un comienzo aceptable que rendirá frutos en su afán de mejorar su escritura.

¿Por qué se insiste tanto en este principio de la lectura? Porque la lectura permite mejorar la sintaxis, la puntuación, la precisión, las estructuras, en fin, todo lo que tenga relación con la gramática, y es un aprendizaje que se realiza desde la creatividad, al internarse el lector en mil y una historias.

Así que el primer paso para mejorar la redacción es empezar a leer con una pasión insaciable y  un apetito voraz, es decir, hay que convertirse en una rata de biblioteca.

 

 

 

El placer de la lectura según Harold Bloom

 

Con un breve pero profundo ideario, el autor estadounidense ilumina el camino de la lectura

 

 (07 DE MAYO, 2017-). Harold Bloom, el crítico literario más relevante en los últimos 40 años en Estados Unidos, considera que la “lectura es la búsqueda de un placer difícil” y sobre este paradigma ha elaborado un esbozo del lector ideal para renovar la forma en que se lee.

Irreverente, polemista, profesor emérito de la Universidad de Yale, a sus 87 años, es todavía una conciencia que agita, ahora desde las sombras, debates sobre el rumbo de los estudios literarios y la función en cuanto al pensamiento que deben cumplir las universidades.

Desde niño fue un lector precoz y voraz, y a través de sus libros, entre ellos El canon Occidental; Shakespeare: la invención de lo humano; La anatomía de la influencia, la literatura como modo de vida; ¿Dónde se encuentra la sabiduría, y Cómo leer  y por qué, ha ido dejando pistas sobre el valor de la lectura como ejercicio del pensamiento profundo y lineal.

Heredero de los clásicos y románticos críticos ingleses, en especial Samuel Johnson y William Hazlitt, y nacido el 11 de julio de 1930, Bloom ve en la lectura un camino para que el individuo sea capaz de “juzgar y opinar” por sí mismo, lo que con la irrupción de Internet se ha ido perdiendo, según Nicholas Carr, quien en su libro: Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?, ha enfatizado los procesos de enajenación del pensamiento ante el poder de las tecnologías actuales.

La lectura, para nuestro autor, es un principio para interactuar con “la alteridad” propia o ajena, y es el más saludable placer “desde el punto de vista espiritual”.

“Leemos no solo porque nos es imposible conocer a toda la gente que quisiéramos, sino porque la amistad es vulnerable y puede menguar o desaparecer, vencida por el espacio, el tiempo, la falta de comprensión y todas las aflicciones de la vida familiar y pasional”.

Para que ese “placer difícil” tome sentido y se convierta en parte activa de la existencia del lector ideal que perfila en Cómo leer y por qué y en varios de sus libros, dado que la crítica literaria forma parte de ese quehacer, es necesario desarrollarla “como una disciplina implícita”, es decir, mediante un modelo personal e intransferible.

¿Se puede enseñar a leer?, se pregunta Bloom con Virginia Woolf, y asegura con ironía que el mejor consejo es no aceptar consejos, pero acto seguido advierte que, mientras “uno no llegue a ser uno mismo”, no estaría de más escuchar a los más sabios en el arte de leer, práctica que se disparó tras la aparición de la imprenta de Gutenberg en 1439, que cambiaría de una vez y para siempre el curso de la humanidad.

Para este crítico literario, hoy longevo y cansado, “leemos para fortalecer nuestra personalidad y averiguar cuáles son sus auténticos intereses”.

De ahí que participe de la idea de Francis Bacon sobre el cultivo de la lectura: “No leais para contradecir o impugnar, ni para creer o dar por sentado, ni para hallar tema de conversación o disertación, sino para sopesar y reflexionar”.

Esa reflexión y ese sopesar se han visto afectados con la irrupción de las nuevas tecnologías, como sucedió en los años cincuenta con la televisión cuando se consolidó como medio.

“La niñez pasada en gran medida mirando la televisión se proyecta en una adolescencia frente al ordenador, y la universidad recibe a un estudiante difícilmente capaz de acoger la sugerencia de que debemos soportar tanto el haber nacido como el tenernos que morir; es decir, de madurar. La lectura resulta incapaz de fortalecer su personalidad, que, por consiguiente, no madura”.

En ese sentido, “los placeres de la lectura son más egoístas que sociales”, porque “uno no puede mejorar de manera directa la vida de nadie leyendo mejor o más profundamente”. A partir de este punto, Bloom rechaza que la lectura personal tenga relación directa con el bien común, pero en sus principios luego se dejará arrastrar por ese halo de romanticismo de lo que alguna vez representó el “intelectual” para la sociedad.

Para Bloom, cuyo canon occidental todavía hoy despierta polémicas, y en el que marginó, como suele hacerlo, a los autores latinoamericanos, todo comienza y termina en Sheakespeare, cuyo Hamlet o Rey Lear, son capaces de ir hasta las más hondas profundidades del ser.

“Cuanto más lee y pondera uno las obras de Shakespeare, más comprende uno que la actitud adecuada ante ellas es la del pasmo. Cómo pudo existir no lo sé, y después de dos décadas de dar clases casi exclusivamente sobre él, el enigma me parece insoluble”, asegura en La Invención de lo humano.

Para tener una idea de la “bardolatría” de Bloom, basta con solo asomarse a la visión que tiene de Hamlet, el único personaje, sostiene, que es capaz de competir con sus tres precursores de su personalidad: “el Yahweh del Escritor J (el más antiguo escritor del Génesis, Éxodo, Números), el Jesús del Evangelio de Marcos y el Alá del Corán”.

Leído lo anterior, ya nadie se escandalizará, cuando Bloom, afirma: “Una cultura universitaria en la que la apreciación de la ropa interior de la cultura victoriana sustituye a la apreciación de Charles Dickens y Robert Browning, recuerda las vitriólicas satíricas de Nathanael West, pero no es más que la norma. Una consecuencia involuntaria de esa ‘poética cultural’ es que no puede surgir un nuevo Nathanael West , pues semejante cultura universitaria no podría soportar la parodia”.

 

PRINCIPIOS PARA LEER

 

En su recorrido por autores de su predilección, Bloom esboza lo que son sus principios para renovar la forma de leer. El primero es: Límpiate la mente de tópicos, entendido aquí tópicos como lugar común, dado que la traducción está un poco estirada. Hay, considera, que despejar el camino y alejarse de esos conceptos “pseudointelectuales” que obstaculizan la lectura y que en muchos casos hasta son propiciados en los campos universitarios.

El segundo principio es el siguiente: No trates de mejorar a tu vecino ni a tu ciudad con lo que lees ni con el modo en lo que lo lees. Reafirma aquí esa visión de que la lectura es un acto individual que tiene como aspiración suprema fortalecer la “personalidad”.

“El fortalecimiento de la propia personalidad ya es un proyecto bastante considerable para la mente y el espíritu de cada uno: no hay una ética de la lectura”.

El tercer principio parece, no obstante, contradecir el primero y el segundo: El intelectual es una vela que iluminará la voluntad y los anhelos de todos los hombres.

La idea de este principio tiene reminiscencias del pensamiento de Emerson, admite, y explica: “No hay por qué temer que la libertad que confiere el desarrollo como lector sea egoísta, porque, si uno llega a ser un lector como es debido, la respuesta a su labor lo confirmará como iluminación de los demás”.

Y remata: “Emerson dijo que la sociedad no puede prescindir de las mujeres y los hombres cultivados”.

El cuarto principio evoca la acción a la que llama cualquier lectura profunda a la que se aspire: Para leer bien hay que ser inventor. Y es de nuevo Emerson el que agita la flama en este punto.

Es el misreading de Bloom,  traducido como lectura desviada, y que tantos dolores de cabeza le ha generado a lo largo de su vida.

“La confianza en sí mismo no es un don ni un atributo, sino una especie de segundo nacimiento de la mente y no sobreviene sin años de lectura profunda”.

La recuperación de lo irónico es el quinto principio para la renovación de la lectura, pero a esta altura, ya el autor admite su escepticismo, el mismo que ha lastrado la propia enseñanza universitaria producto de las modas.

“…enseñarle a alguien a ser irónico es tan difícil como instruirlo para que desarrolle plenamente su personalidad. Y, sin embargo, la pérdida de la ironía es la muerte de la lectura y de lo que nuestras naturalezas tienen de civilizado”.

En un mundo en el que sobreabunda la información, el viejo profesor de Yale, después de compartir sus principios para renovar la lectura, expresa: “No hay una sola manera de leer bien, aunque hay una razón primordial para que leamos. A la información tenemos acceso ilimitado, pero ¿dónde encontraremos la sabiduría?