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Saber comunicar

En los tiempos de Internet en que vivimos, en los que todo sucede en tiempo real, cada vez es más preocupante la forma en que utilizamos el idioma, en este caso el castellano.

Muchas veces hay usuarios de redes sociales como Facebook, cuyos contenidos podrían ser interesantes si se entendieran. Y no se entienden porque su manejo del idioma es tan limitado y confuso, que pronto el lector abandona el mensaje antes que pasar por un calvario sintáctico o por un pseudoidioma, generado a la luz de la supresión de letras y a la generación de una gramática incomprensible.

¿Por qué escribimos tan mal?

Son muchas las causas que habría que observar, incluso, desde la primaria, etapa en la que se empiezan a arrastrar falencias que con el paso del tiempo se magnifican, pero una de las mayores razones es que se desprecia la forma, con base en la falsa creencia de que ella tiene poca importancia en la comunicación de los contenidos.

Y nada más frustrante que textos incomprensibles: llenos de faltas de ortografía, poca o nula claridad en el mensaje y con un descuido absoluto de la forma.

El escritor y periodista Alex Grijelmo, en la introducción a “Defensa apasionada del idioma español”, decía que nadie que fuese a buscar trabajo se presentaría a las entrevistas desaliñado y mal vestido, pero que, sin embargo, cuando se trata de escribir una carta, un mensaje o un comentario, somos capaces de cometer los mayores atropellos. ¿Ha pensado en ello alguna vez?

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El tiempo reversible de Umbral

EL PLACER DEL TEXTO

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Máster José Eduardo Mora

“El tiempo reversible”: ese es el título del nuevo libro de Francisco Umbral, quien en su día llegó a ser el mejor columnista de la lengua española, con sus columnas en El País y en El Mundo.

Que a ocho años de su muerte una editorial pequeña como Círculos de Tiza se haya aventurado a recuperar varios de los textos de este genial periodista y escritor, habla muy bien de escribir en la prensa, no ya para el ahora, sino que también para el mañana.

En efecto, las columnas de Umbral si bien estaban ambientadas en la actualidad de su entorno, en realidad su manejo del lenguaje, sus atrevimientos, sus meandros semánticos y todo ese juego con el placer del texto, hacían que sus columnas gozaran de una exquisitez inusual.

Solo por sus columnas, me atrevería a decir, Umbral hubiese merecido el Cervantes, pero, claro está, que a ese premio lo respaldaron sus más de cien libros, entre los que estaban sus novelas y sus memorias periodísticas.

En esa vasta producción, fue “Mortal y rosa”, la historia poética de lo que representó la muerte de su único hijo, la que lo catapultó a un primer plano de la literatura en España.

Ese dandi madrileño, de niñez en Valladolid, con su melena de león urbano, sus gafas de miope, su vozarrón incorregible y su afán siempre alerta para cazar al vuelo el giro y la frase que harían de su columna un prodigio día a día en la prensa, siempre fue un periodista de lo intrascendente, de lo pequeño, de lo invisible, lo que a la postre se impone a los grandes acontecimientos del aquí y el ahora.

El periodismo de la actualidad es para la prensa lo que el aire a la vida, pero el otro periodismo, el que atiende lo inactual, el que profundiza por medio de la columna, el reportaje, la crónica y el análisis, ese el que salvará a la profesión en este mar de información que predomina en los tiempos de Internet.

“El tiempo reversible” es una buena muestra de que la buena prosa periodística, como la de José Martí o Rubén Darío, nunca muere ni pasa de moda.

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Francisco Umbral fue toda su vida periodista y columnista.

Libro La Gran Hazaña

Una crónica que atrapa al lectorJose Eduardo Mora - Master en Literatura

La Gran Hazaña, crónica escrita por José Eduardo Mora, en conjunto con el periodista Pablo Aguabella, recoge de manera sensacional la extraordinaria participación de Costa Rica en el Mundial de Brasil 2014.

Es una historia que atrapa al lector de principio a fin y que se lee de un solo “tirón”, porque no se puede parar porque se quiere saber qué viene después, fue el testimonio de varios lectores.

La Gran Hazaña está escrita con técnica literaria pero aplicada a una realidad. Es lo que se denominó el Nuevo Periodismo o el periodismo literario.

José Eduardo Mora vuelca, junto a Aguabella, toda su experiencia en el arte de narrar y consigue que el lector no se vaya hasta culminar el libro en la línea final.

La Gran Hazaña es un libro cuya estructura atrapa y hace vivir a los lectores los inolvidables días de Costa Rica en el Mundial. Una historia que todo amante del fútbol debe tener.

Jose Eduardo Mora - Master en Literatura
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La mona del estadio

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M.Sc. José Eduardo Mora

[/one-half-first][one-half]A la señora se le salió el racismo por los poros, por el corazón, por los brazos, por los pies, por los ojos, por la nariz, por la respiración, por todo lo que ella era y trataba de no ser, porque parecía ser buena parroquiana, de mi misa los domingos a las seis, para que no compitiera con el partido.[/one-half]

Y sí, ante la estupefacción de sus vecinos de grada, se puso en gesto de salida y comenzó a gesticular como un macaco para que las cámaras captaran su perfomance, como diría un crítico de teatro joven, y ahí estaba ella, con sus brazos a la altura de la cintura, su cuerpo pesado y su alma de mona, dándole a la prensa un material explosivo para las redes sociales.

ENTRE PARÉNTESIS

El gesto iba contra Mamadou Koné, ese número nueve negro del Racing de Santander originario de Costa de Marfil. El triste espectáculo sucedió en el partido de El Llagostera-Racing y de inmediato el equipo casa prohibió de por vida la entrada de la señorita simiesca, con toda su kinésica de la selva y su olor a rancio racismo, en la Europa que se desangra entra la crisis económica y la crisis de identidad.

El cuento, no obstante, no acaba con la sanción adoptada por el Llagostera, sino que más bien ahí empieza, porque resulta que la señorita simiesta, que hubiese sido un buen partido como modelo para Picasso o Botero, era empleada en el museo del Barcelona.

Y sí, el verbo ha de ir en pasado, porque apenas vieron a esa mona danzar sobre su cuerpo pesado, le recetaron el código de ética de 2010, porque en el Barcelona esas bailarinas no tienen cabida.

Magnífico gesto el del club azulgrana, que en Costa Rica debería imitarse, dado que de cuando en cuando aparecen esos aficionados, que, escondidos en la multitud, se transforman en monas y simios de su propio ser.

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Mandela fue un gran luchador contra el racismo.

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La soledad en los tiempos de Internet

ENTRE PARÉNTESIS 

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¿Puede una frase, una sola frase, evocar en un instante una novela entera? ¿Y de seguido una vida que pasa por el tamiz veloz e implacable del tiempo? La muerte, esa oscura presencia que tanto evitamos, a veces obliga a declaraciones tan contundentes que son en sí mismas una novela, una historia de vida que arrastra desengaños, tantos desengaños como para morirse de soledad.

José María Dols Abellán, conocido como Manzanares, un diestro que arrancó múltiples aplausos en las plazas de toros más reconocidas de España, ha muerto, y aunque murió de muerte natural, como diría García Márquez, la verdad es que lo mató la soledad como dijo uno de sus amigos.

La falta de conexiones reales, afuera Facebook, What’ssap, Twitter, Instagram, y todas la yerbas que aluden a las conexiones en línea, está matando más gente que el ébola, la obesidad, la bebida y el fumado.

Josemari ha muerto de soledad; no abandonado, pero sí solo e infeliz”, dijo uno de sus pocos amigos, según la crónica de El País, pocas horas después del fallecimiento del torero en su finca de Extremadura.

Una frase como la citada me embrujó hace unos años y no pude parar hasta escribir una novela: Las maravillas de abril, que espero publicar pronto, tras dejarla reposar unos años.

Esas joyas las busco con pasión en el periodismo del bueno, que es cada vez más escaso, pero esta crónica de Antonio Lorca es en sí una especie de poema en prosa, quizá el mejor homenaje a este torero que jamás vi en acción, pero por cuya biografía, repasaría instante a instante su carrera.

“Allí, en la finca extremeña, acabó, sobre todo, un torero privilegiado, nacido para la gloria, un creador de belleza, referencia fundamental de la compostura, el gusto, la calidad y el sabor torero; un hombre atractivo, dotado de una gran elegancia y un natural poder de seducción; un consumado artista, indolente, también, inconstante, conformista y de escasa ambición”.

Tras la fama, la riqueza, las mujeres, los desencuentros, sobrevino el silencio y el olvido, y José María Manzanares, como el José Inocencio Leal de mi novela, murió de soledad.

Ficción y realidad: un camino con dos vertientes.

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El torero José María «Manzanares», un grande en su campo en España.

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La mujer del súper

Escrito por José Eduardo Mora

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LLEVABA un vestido verde con puntos negros en círculos reiterados que recorrían de arriba a abajo toda su geografía.

La primera vez que nos topamos pasó con su carrito a una velocidad moderada y necesaria para cuando hay un alto tránsito de compradores. Reconozco que en este primer encuentro no me impresionó, aunque me llamó la atención que se rebelara contra las modas femeninas y usara un vestido, en contra de los jeans y las “t-shirts” de marca.

Seguí entonces con mi plan y me moví al lado de las frutas y las verduras y de pronto pasó ella de nuevo: contorneaba su cuerpo sin proponérselo y fue cuando descubrí sus piernas jóvenes y firmes, y empecé, por lo tanto, a demorarme en la escogencia de las uvas, de la papayas y de las manzanas.

Pasé con alguna demora a las verduras y mientras observaba los ayotes la vi de reojo y me sorprendió su cara joven, que no parecería encajar en una mujer que hacía poco, pensé, había alcanzado sus 33 años.

Aquellas piernas hubieran sido muy celebradas por el maestro Enrique Jardiel Poncela, quien se hubiera olvidado por un instante de sus misoginias quevedianas, y, estoy seguro, habría sacado varias greguerías de su chistera para homenajearla aunque fuera en voz baja y sin que nadie lo advirtiera.

Dada la situación circulé como correspondía a las carnes, en busca de un pollo para esas sopas nocturnas de verduras escasas, y para mi sorpresa ella pasó cerca de nuevo en pos de los pescados. A esta altura ya no sabía qué me había impresionado más: si sus piernas sólidas como torres o su vestido verde de puntos negros, cuyos círculos parecían girar en una atmósfera que rompía con lo cotidiano y absurdo del súper.

Confieso que apresuré la marcha para coincidir con ella en “los pescados” y ahí pude mirar el anillo que llevaba en ambas manos con la esperanza innecesaria de confirmar su soltería, pero he de aceptar que jamás he distinguido un anillo corriente de uno matrimonial, y entonces pensé que lo más probable era que su señor marido la estuviese esperando en el carro, o su novio, o su querido, vaya, la mujer puede escoger, pensé, o los tres estarían por ahí, cada uno sin saberlo, dando vueltas para esperarla a la salida del súper.

Dispuesto a no perderme la “bronca” que se avecinaba con los tres pretendientes al ataque, aligeré de nuevo mi paso por el área de panes y tuve la suerte de que el azar nos reuniera en el área de cajas. Por esa raras coincidencias, la compradora de adelante se tenía un lío tremendo con los envases de agua y mientras se decidía a llevar uno u otro, aproveché para mirar su cuerpo de venada joven.

En efecto, tenía unos ojos de avellana, una nariz aguileña discreta, el cabello negro a la altura de los hombros y unos labios finos y seguros. Parecía estar libre de ansiedades y por la serenidad que transmitía empecé a dudar de mi teoría de los tres pretendientes.

A lo mejor ella, pensé, había leído por error a Manuel Rivas, debido a que me daba la impresión de que no había leído más que los libros de texto obligados del colegio, y antes de dar el sí definitivo ante el altar, se acordó de aquel pasaje de uno de sus artículos, en los que el escritor gallego se preguntaba, asombrado, claro está, cómo dos seres libres en el mundo iban por su cuenta y gozo a jurarse amor eterno frente a un cura pardillo que sabía que la ceremonia era risa, circo y canto, pero nada más.

Lo rebelde ahora es casarse. Es de un romanticismo insensato y temerario. Cuando dos personas anuncian ese propósito a sus familiares o amistades, se produce un silencio luctuoso similar al de la naturaleza en vísperas de una catástrofe. Nadie brinda por ti. Lo que más puedes esperar es un abrazo de pésame y unas lágrimas de conmiseración.

Creí, entonces, que esta chica que parecía ser administradora, podría, en un acto milagroso, haberse topado con este Manuel Rivas irónico e imaginativo y al pie del altar había dado un paso atrás.

Como la caja no avanzaba me cambié a la de al lado, de ahí incluso podía mirar mejor a la chica del vestido verde con puntos negros para sacar mis últimas conclusiones antes de que se produjera la tragedia de los tres amantes fuera del súper.

Vi, entonces, que en su pie izquierdo tenía dos pequeñas heridas, casi imperceptibles, pero que denotaban algún apuro en la hora del baño o en algún ejercicio sabatino.

Pensé por un instante con alertarla sobre la posibilidad de los tres amantes en las afueras del súper, pero mi timidez me lo impidió; no obstante, por primera vez, le di pie para que me pillara observándola.

Desvié la mirada y confirmé que me precedían dos compradores, y volví a observarla por aquello de que a la salida se arma el desmadre del siglo y me culpara toda la vida por no haberla salvado de sus tres insensatos pretendientes, pero le di ventajas y pudo comprobar, de nuevo, que la veía con atención.

Pagué y me encontré con una noche en calma y sin las torrenciales lluvias de julio, y cuando daba vuelta en el parqueo para salir a la carretera, me pareció ver que ella acomodaba su mercadería solitaria y entonces caí en la cuenta de que no solo mi teoría era errónea, sino que tal vez esa mujer del vestido verde nunca existió, y que la fui construyendo en mi imaginación mientras compraba las verduras, las pastas, los atunes y los demás alimentos para retornar sin prisas y en silencio a mis cuarteles de invierno, y comprobar, esta vez con la mayor certeza del mundo, algo que sí es cierto y endemoniadamente triste: la Maribel Verdú sale todas las noches a cenar con su marido.

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Las maravillas de abril

Novela

Capítulo  

I

Los peritos forenses confirmaron lo que era obvio a simple vista: los zopilotes habían forcejeado fuertemente para repartirse los pedazos del cuerpo de José Inocencio Leal.

Los picotazos detectados en el cráneo eran una muestra evidente de la furia y el hambre con que los animales acometieron la tarea de acabar con su presa.

No existía certeza, pero todo inducía a creer que las aves habían ingresado por un hueco del tragaluz, aunque otros suponían que lo habían hecho por la puerta de la cocina que estaba entreabierta.

Animados por el olor a muerte, sostenía la primera tesis, los carroñeros se adueñaron con facilidad del cadáver.

Cuando descubrieron el cuerpo, ya los zopilotes le habían sacado los ojos, se habían repartido los intestinos, dado que a la altura del estómago se le notaba un violento hueco, y los girones de carne humana y descompuesta en la espalda eran escasos.

Nadie que hubiera conocido la jovialidad, el heroísmo y la ilusión que en vida transmitía José Inocencio Leal, hubiera creído que ahí estaba postrado y vencido en la soledad de su casa, descuartizado por los zopilotes errabundos que se lo repartieron sin misericordia, y que borraron de un solo plumazo y para siempre, la posibilidad de tener una muerte digna, rodeado de las guirnaldas del reconocimiento y de los aplausos de sus conciudadanos de El Porvenir, donde cada día y a cada hora, tras su regreso de darle varias veces la vuelta al mundo, trató de forjarse una leyenda que sobreviviera a los estragos del tiempo, y a la inclemencia de los gusanos que lo devorarían en cuestión de días o semanas, como él mismo solía bromear en el bar de Miguel Salvatierra.

La vida, embriagada de revancha o de azar, nunca se sabrá, se había encarnizado en el acto final con José Inocencio, y este no había resistido el último zarpazo de su omnipresente dolencia cardíaca, como él la llamaba, y una noche de luna llena de ese abril convulso y recordado, le había dado la estocada inclemente, en un momento en que nadie en el mundo se habría percatado, ni por error, de su existencia, y en esa soledad de hielo, le arrebató uno a uno la magma de sueños que aún conservaba en su viejo y cansado corazón.

La mañana en que Minerva Fuentes lo encontró en tal estado, ya José Inocencio Leal, confirmaron luego los especialistas forenses, llevaba exactamente siete días de muerto.

Había sido, justamente en el séptimo día, en el que los animales habían tenido la fortuna de descubrirlo, y entraron con la misma determinación con que salieron, puesto que en el susto de verse sorprendidos se despedazaron contra las ventanas de la sala y de la cocina, y esparcieron los restos de este héroe silencioso y caído, y llenaron de sangre la casa donde solía evocar sus días de gloria, y donde colgaban los títulos reales o imaginarios que había acumulado a lo largo de una vida sin par, como le gustaba llamarla, mientras le arrancaba a la memoria triunfos que nunca tuvo y victorias inciertas que se esfumaban al ritmo del canto nocturno de los grillos y del tímido vuelo de las candelillas.

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Como Escritor

Es el espacio para la imaginación y la creatividad. Escribir es el gozo perpetuo. Ya sea desde la ficción o la “no ficción”.

El escritor asume el riesgo de darle forma, desde la literatura, a una idea, una premisa, una historia, ese algo que contar que es capaz de transformar vidas.

Como escritor puedo entender a los colegas que trabajan con la hoja en blanco que a tantos hace sufrir.

Para los que quieren incursionar en el mundo de la escritura tenemos el taller “Contando historias’, una amplia introducción sobre técnicas y géneros.

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Como Editor

La edición es un trabajo trascendental mediante el que se mejoran los textos. Un punto, una coma, un término, el más pequeño detalle puede cambiar el valor de un escrito.

La labor del editor es determinante para el éxito o el fracaso de un texto. Un libro, un artículo, una columna, una entrevista se pueden mejorar en un 100 por ciento con el trabajo de un editor.

El editor está siempre en las sombras, porque por lo general no aparece, pero es evidente cuando un texto pasó o no por las manos de un editor con experiencia.

Es recomendable que todo texto sea revisado por el editor, que trabaja en estrecha relación con el escritor o periodista.

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Como Periodista

Realizo labores de investigación y redacción de noticias, crónicas y reportajes, muchos de ellos de corte literario.

El periodista tiene la capacidad de organizar la realidad para contarla. Aquello que parece disperso y difuso en la pluma del periodista cobra vida y unidad.

Es una labor que podrían aprender los líderes comunales para dar a conocer mejor las noticias de sus vecindarios, barrios y organizaciones.

El periodista mediante noticias, entrevistas, crónicas, reportajes o columnas de opinión le da perspectiva a esa realidad que afuera parece inaprehensible.

Una buena historia en manos de un periodista puede transformar una determinada realidad. Aprender el lenguaje del periodismo resulta fascinante y de gran interés para quienes deseen mejorar la forma de contar la realidad.

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